“Jineteando en mi caballo, por la sierra yo me voy.
Las estrellas y luna, ellas me dicen donde voy”
Antonio Banderas, El mariachi
Tratar de entender hoy día la historia del género western, sería incomprensible sin la figura del apuesto cowboy a caballo, un héroe hermoso, un tipo duro, un forajido sudoroso de revólver, sombrero y botas con espuelas.
Lo cierto es que la verdadera identidad del cowboy, fue modificada e idealizada en el creer colectivo por parte de la industria cinematográfica de Hollywood. Esta solo tomo prestados ciertos estereotipos para construir un personaje a medida. Si bien icónicamente recordamos al cowboy como un ciudadano blanco, apuesto, varonil, solitario, justiciero, temido, que ha relegado de la sociedad y se rige por sus propios patrones morales, en realidad se trataba de hombres económica y socialmente marginales, muchos de origen mexicano, indio o afroamericano, parte de un subproletariado desarraigado que surgió y desapareció en apenas veinte años.
No solo el cine fue causante de esta modificación, sino que el personaje ya venía cargado de una enorme historia literaria en las populares novelas de westerns. Estas fueron escritas por un observador exterior, donde el hombre blanco era un aventurero en tierras exóticas. No integraban las ideas de los nativos en sí mismas, sino que eran descritas con los patrones occidentales, hechas por y para ellos. El exotismo de esta literatura, sumergía por ejemplo, al niño español de los años 60, en mágicas aventuras de fácil abstracción, dispuestas a combatir el terruño patrio y la aburrida vida trabajadora de un ciudadano común en los años de la dictadura. Lo que Victor Segalen denomino como “Proxenetas del placer de lo diverso”.
La esencia del género, se basa en la dicotomía entre exotismo y civilización, por un lado la icónica naturaleza colmada de escenarios montañosos, desiertos,desfiladeros, praderas y grandes ríos. Animales como buitres, serpientes, búfalos o masas de ganado, un escenario salvaje donde escondidos en naturaleza acechaban los indios y mexicanos, descritos como bárbaros y primitivos, en lo que se conoce como modelo del cruel salvaje Hobbesiano, El hombre es un lobo para el hombre. Frente a la cultura de los pueblos, estructurados con una calle central, un saloon, un banco y la oficina del sheriff. Sus habitantes son hombres y mujeres blancos, practicantes religiosos, grupos civilizados que a su vez coexisten en un lugar lleno de corrupción, bandoleros, bebidas, predicadores, prostitutas trabajadores del ferrocarril y todo un sinfín de icónicos personajes.
Entre estos dos polos, nace una figura ambigua y solitaria, la del cowboy, un hombre que se sitúa a caballo (Nunca mejor dicho) entre la bella naturaleza y la sociedad de los pueblos.
Suele obviar la socialización y su forma de vida le ha hecho un gran conocedor de la naturaleza. Suele ser un noble salvaje y un noble civilizado a la vez, semejante a un caballero errante, con las pericias de los indios pero con las virtudes anglosajonas, ya que como nómada participa en los dos mundos. Personajes como los de John Wayne o Clint Eastwood no dejan de ser héroes románticos que defienden una vida libre al margen de las constricciones sociales.
A partir de los años 70, se produce un total cambio de inflexión, las políticas de Nixon, la guerra de vietnam y la germinación de colectivos en defensa de los derechos sociales como los black Panthers encabezados por Malcolm X, que influyeron en una reinterpretación del género hacia una nueva ola de películas pro-indios que criticaban el american way of life.
Entre los nuevos westerns, destacan cintas como Soldado azul, Los vividores, Pequeño gran hombre o Bailando con lobos. A partir de ahora, los indios tienen su discurso propio en la película; de hecho, aparecen como nobles salvajes contrarios a la maldad de los civilizados hombres blancos, Modelo Rousseau, la sociedad ha corrompido a las personas, tienen un código del honor, relaciones de hospitalidad, respeto máximo por la naturaleza, disputan entre ellos pero con lealtad, frente a unos invasores que son inmorales, se engañan unos a otros, se traicionan, asesinan a mujeres y niños y solo piensan en el sexo y dinero.
Esta dicotomía puede aplicarse a muchos más géneros, y viene dada por el etnocentrismo preponderante de occidente a través de su evolución social y colonial que ha regido indirectamente el tempo del mundo. La ficción puede ser tan tóxica como bella, tan inexacta como necesaria, y este análisis no es en sí una crítica, sino un desglose de ciertas unidades elementales, de las que bien viene ser consciente y recapacitar.