Desde hace unos años para atrás viene siendo inexorable “tradición” el encontrar encendidas discusiones entre los que defienden la tauromaquia y quienes están en contra de la misma,
según parece, es un tema en el que tienes que posicionar y del cual, no existen filtros intermedios más allá de su aceptación o total discrepancia. Sin embargo, y como suele ser ocurrir con muchos de los menesteres que sucede en el cosmos, las situaciones y argumentos requieren un análisis más profundo que una simple opinión germinada por las pasiones venideras del individuo, ya que en absoluto es tema baladí un asunto que influye desmesuradamente en el día a día de la sociedad española.
Las críticas a los eventos violentos con animales se remontan a la antigüedad romana, con las críticas de Cicerón, y ya ilustres intelectuales como el señor Jovellanos, despacharon ampliamente su oposición a este tipo de festejos. En lo que a mi respecta, siempre fue un tema en el que me costó posicionarme a pesar de que la balanza estuvo ligeramente más inclinada hacia uno de los lados, pues si uno se para solo un poco de tiempo a desgranar los entresijos de esta cuestión, puede fácilmente atinar con la respuesta legítima, que a mi parecer es por otra parte, algo más compleja que un simple a favor o en contra y que me gusta divulgar utilizando la metáfora del samurai.
A diferencias de los humanos, los animales no tienen obligaciones ni compromisos para cumplir entre sus iguales, pero no por ello han de ser seres carentes de derechos. Todo contrato implica acuerdo entre las partes. Con las bestias, pues carentes de la facultad de razonar y la comunicación inteligente no puede haber contrato, sólo trato, pero buen trato. El mal trato con los animales es un dilema ético, no viola ninguna obligación moral para con ellos, pero nos degrada como sociedad.
El trato afectuoso con los animales proporciona conductas moralmente legítimas y es en sí misma una herramienta de ayuda en la construcción de sujetos de actitudes positivas para la convivencia, mientras que los hábitos violentos, ya sea el maltrato animal, el ataque injustificado a la flora o el destrozo del mobiliario urbano entre otros ejemplos, arrastran al individuo por caminos y actitudes tenebrosas,
Culturalmente, nombres como Picasso, Lorca o Machado defendieron y frecuentaron la tauromaquia, más aunque no se legitimiza un argumento simplemente por su procedencia, resultará interesante el escuchar las opiniones de unos intelectuales tan legendarios como los citados. Probablemente en una sociedad civilizada que camina hacia la progresión convivencial y el perfeccionamiento de lo humano, ciertos actos de proyección pública deberán adaptarse a un lado, entendiendo que toda cultura es cíclica y esta ha de adaptarse al refinamiento de los pueblos, pues en el entendimiento de todo aquel que quiera ser sincero consigo mismo, hallará la certeza de que aún siendo una práctica artística no queda exenta de crueldad y ensañamiento.
El principal argumento lanzado en defensa de la tauromaquia justifica su existencia argumentando el incalculable valor cultural que esta práctica conlleva y produce para un país, donde, echando la vista atrás resulta fático reconocer la diversidad artística que históricamente a alumbrado España gracias a al mundo del toro. No obstante, esto solo hace que alimentar un litigio que cuestiona si un valor intelectual justifica una práctica violenta. En el sentir colectivo, tanto las peleas clandestinas entre cáninos o gallos están concebidas como actos carniceros penados por nuestro sistema judicial y detestados por la sociedad, pero es la nostalgia y el temor a romper, a perder nuestro pasado lo que inclina a muchos a defender la tauromaquia aún cuando el resultado es intrínsecamente el mismo.
No hace forzosamente muchos años para atrás, existía en Japón una figura social conocida como los Samurais, una élite co-burguesa y militar que fue y será el icono por definición asociado al país del sol naciente, que de la misma forma que la tauromaquia, trascendió más allá de sus competencias rebosando de presencia en la literatura, pintura, cine, y teatro de la cultura de todo un país.
Todos conocemos en mayor o menor medida que es un Samurai, sus historias y épicas han sido mitificadas por multitud de vías elevando este ente a la categoría de leyenda, desde las antiguas prosas y cuentos, hasta los actuales videojuegos y cómics, esta figura ha sido eternizada cultural y socialmente siendo arraigo de inmortales pasiones y bellas creaciones artísticas, que han dibujado Japón en el imaginario colectivo. Entender Japón sin la figura del Samurai sería imposible y su legado histórico y cultural es un hecho perpetuo de profunda riqueza e imposible negación.
La figura del Samurai se remonta a finales del siglo IX allá por el 860 d.c. y podría definirse como una élite militar sobresaliente de entre los diversos grupos de gerreros Nipones.
Durante siglos, sus tribus pelearon por el honor y la supremacía, letales guerreros generalmente al servicio de grandes terratenientes y hombres de poder. Siempre estuvieron ligados a política a veces colmada de tiranía, pues los distintos grupos acabarían formando los clanes que governaron el país, lo que daría lugar a largos periodos de guerras entre las distintas familias que buscaban alzarse con el poder. En aquella sociedad antigua, ser Samurai, significaba ser superior, ser respetado, y no cualquiera podía llegar a ostentar dicho rango. Básicamente una distinción de entre vasallos y señores, similar al feudalismo europeo de la edad media.
” De echo, la mayoría de las familias de la mafia japonesa, los Yakuza, son descendientes de las principales familias Samurais, que siguen portando sus escudos allá donde van, conocidos como la ultra-derecha del país del sol naciente que pretenden que se les siga considerando superiores solo por su sangre y ascendencia. Bien es sabido también que tras su extinción, muchos Samurais acabaron en su día dedicándose al contrabando o convirtiéndose en proxenetas, dando lugar a las primeras sectas criminales.”
Alrededor de 1856, cuando Europa disfrutaba los últimos años de la revolución industrial y se adentraba directamente a las puertas del mundo moderno, los mercados Japoneses se vieron obligados a abrir su comercio hacia occidente a pesar del desentir de muchos sectores de la nación. Esta nueva situación cultural, trastocó severamente el día a día de la península nipona, pues el bando conservador que pretendía vetar la entrada de aquellos bárbaros extranjeros, miraba con malos ojos las modernas influencias externas que alteraban sus milenarias tradiciones, frente a un bando más progresista que asentía con la llegada de las nuevas políticas, en lo que se llamo La restauración Meiji
Esta reforma pretendía abolir la diferenciación ente nobles y plebeyos para que todas las personas pasaran a ser tratadas por igual, se postuló en favor de que japón dejara de ser un país extremadamente aislado y abriera sus puertas a relacionarse con occidente, acabar con el feudalismo e iniciar una modernización acorde a los tiempos que se aceraban.
estos cambios afectaban directamente a los Samurais, que considerados de un linaje superior gozaban de notables ventajas vetadas para el ciudadano común.
Japón quería modernizarse y por ello no podía pretender que las castas aristocráticas siguieran vigentes, o pretender que estos guerreros camparan a sus anchas portando sables y armas, pues entre otras potestades, un Samurai podía legalmente asesinar a un ciudadano cualquiera en cualquier lugar, si alegaba que había sido en defensa de su honor, por algún tipo de menosprecio o defensa propia.
“Se pasean por la ciudad con ese aspecto amenazador y se van abriendo paso a empujones.
Con su fuerza, reprimen a la gente y crean el desorden en la sociedad […] Simplemente estudian historias de guerra y métodos de combate. Tal vez crean que el mundo del guerrero solo supone hacer alarde de unas destrezas profesionales.”Ogyu Sorai
Sumada tanta tensión y con la idea de derrocar al actual emperador, estalló en Japón una guerra civil que enfrentó al bando tradicional, donde también se hallaban los Samurais, contra los liberales dispuestos a modernizar el país. La guerra fue más complicada de lo que el bando progresista había pensado, pues aquellos portasables de rudas barbas y cabelleras eran algo más que salvajes con arcos y flechas, Sin embargo y aunque poniéndolo difícil, los guerreros acabaron sucumbiendo frente a los militares y sus fusiles modernos que serían los vencedores del conflicto. El estado y la sociedad no estuvieron ciegos durante la pugna, y exactamente igual a lo que ya ocurriera con los espartanos, semejante acto heroico rebosante de bravura y diligencia consiguió ganarse el respeto de la sociedad de forma considerable. El cambio y la modernización fueron inexorables, pues las aguas debían seguir abriéndose paso por sus cauces naturales, ambas partes entendieron las argumentaciones de contrario y aún extinguiendo este gremio y sus privilegios, su filosofía y gallardía se perpetuó entre sus pueblos que recordarían a los Samuráis como héroes y a quienes seguir rindiendo culto y mostrando orgullo por la historia de su país.
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